lunes, 7 de noviembre de 2011

George Sand


La belleza exterior no es más que el encanto de un instante

A lo largo de la Historia, no siempre fue tarea fácil ser mujer. Pocas pudieron acceder a estudios superiores en épocas pasadas. Sobran ejemplos de artistas o escritoras para las que la única forma de hacerse un hueco fue a través de un seudónimo.

Hoy queremos hablar de un caso muy especial. George Sand (1804-1876) no sólo renunció a su verdadero nombre, sino que también decidió vestirse de hombre para poder acceder a las esferas culturales de su ciudad, París.

Su nombre real era Amandine Aurore Lucile Dupin. Hija de un padre aristócrata, y casada posteriormente con el Barón Casimir Dudedvant durante nueve años, fue tras divorciarse de él en el año 1831 cuando comenzó su andadura como escritora. Ya entonces comenzó con la costumbre de disfrazarse de hombre para circular más libremente por los circuitos culturales de la ciudad parisina. Estuvo relacionada sentimentalmente con Alfred de Musset, así como con Fredéric Chopin, con quien pasó un invierno en la Abadía de Valldemosa (Mallorca). Se codeó con los grandes de la época: Franz Liszt, Eugéne Delacroiz, Honoré de Balzac, Víctor Hugo, Julio Verne, Gustave Flaubert...

A lo largo de su dilatada y prolífica trayectoria creativa, abordó diversos géneros, desde la novela (Indiana, El compañero de Francia, El pantano del diablo, Los maestros soñadores), pasando por obras de teatro e incluso autobiográficas. En Historia de mi vida (1855), encontramos esta curiosa reflexión sobre su decisión de travestirse:

Cuando yo era joven a tu padre se le ocurrió que me vistiera como un muchacho. Mi hermana hizo lo mismo, y así íbamos a todos lados a pie, con nuestros maridos, al teatro. Significó una gran economía en nuestros hogares”.“La idea al principio me pareció divertida y después muy inteligente. Como ya había estado vestida de varón en mi infancia y había salido a cazar con blusa y polainas no me resultó nada difícil volver a una vestimenta que no era nueva para mí. En ese entonces la moda ayudaba bastante. Los hombres vestían unas largas chaquetas rectas, que caían hasta los talones.(...) De modo que me hice hacer una chaqueta de grueso paño gris, con el pantalón y el chaleco iguales. Con un sombrero gris y una gruesa corbata de lana parecía un estudiante de primer año. No puedo expresar el placer que me produjeron mis botas, hubiera querido dormir con ellas (...). Con esos pequeños tacos herrados me sentía firme sobre el piso. Recorría París de punta a punta. Me veía capaz de dar la vuelta al mundo. Salía con cualquier tiempo, volvía a cualquier hora, iba a la platea a los teatros. Nadie me miraba ni desconfiaba de mi disfraz. (...) Pese a que en este extraño modo de vida no había nada de lo que yo pudiera avergonzarme, lo adopté teniendo clara conciencia de las consecuencias que podía tener sobre mi reputación y las condiciones de mi vida.(...) Sin embargo, parecía que el destino me empujaba. Lo sentía imbatible y estaba decidida a que así fuese; no un grandioso porvenir, era demasiado independiente en medio de mi fantasía para alimentar cualquier tipo de aspiración, sino tan sólo un destino de libertad espiritual y aislamiento poético, en una sociedad a la que no pedía más que olvido y condescendencia para que me permitiera ganar mi pan cotidiano sin esclavitud.”

Si te quedas con ganas de más, en este link puedes leer algunos cuentos de George Sand.

(Agradecemos la recomendación a Juan Manuel Sánchez Meroño, profesor de Lengua Castellana y Literatura en el IES "Virgen de la Esperanza" de La Línea de la Concepción)

(Imagen: www.magister.com)

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